Comienza a hacerse tarde. Cojo la bolsa y vuelvo a por Anastasia. Tenemos que irnos ya.
- “¿Lista?” Le pregunto
Su cuento de hadas ha terminado. Fin de la historia.
Hasta ahora he hecho muchas concesiones por Anastasia. Todas las concesiones que he considerado oportunas. He accedido incluso a multiples de sus peticiones pese a no estar completamente de acuerdo en ello. Lo he hecho. Por ella. Pero eso ha terminado. Ha llegado el momento para volver a ser yo mismo. El momento en el que ambos debemos comenzar a ejercer el rol que nos toca en esta relación. El momento en que Anastasia se convierte en mi sumisa y yo en su Amo.
- “¿Qué coche va a utilizar?”, me pregunta Taylor.
- “El R8”, le replico.
- “Buen viaje, señor Grey. Señorita Steele.”, dice Taylor escuetamente.
Mientras pasamos a su lado puedo notar como Taylor mira con lástima a Anastasia. Sé que es lo que está pensando. Cree que Anastasia no será capaz de soportar todo lo que le tengo preparado. Cree que la ingenua y dulce Anastasia desaparecerá para siempre en ese pozo de perversión sin fondo que es mi vida.
No le doy más importancia. Él no ve en ella la fuerza que veo yo. Anastasia parece frágil pero cada instante que pasa me doy cuenta de que su valentía y coraje van más allá de lo que a primera vista pudiera parecer. La poseeré una y otra vez y ella me dará las gracias por ello.
Mientras esperamos el ascensor Anastasia mueve la cabeza de una lado al otro. Creo que sigue en la fese de creo que deberíamos hablar sobre lo que acaba de suceder.
La miro. Está preocupada. Noto que le afecta que vuelta a tratarla con frialdad. No le gusta que me muestre distante. Debe acostumbrarse. Es así como será nuestra relación.
El problema con el envío a Dafur ha conseguido ponerme otra vez de mal humor. Supongo que podría poner algo más de interés en intentar reconfortarla, al fin y al cabo, me la acabo de follar. Acabo de desvirgarla. Supongo merece un mínimo de atención.
- “¿Qué pasa, Anastasia?”
Y ahí está. Vuelve a morderse el labio por enésima vez.
- “Deja de morderte el labio o te follaré en el ascensor, y me dará igual si entra alguien o no.”
Sonrío. Entramos en el ascensor. El labio inferior de Anastasia hace que todo se relativice. La entrega de un pedido multimillonario parece de repente menos importante cuando se que tengo el labio inferior de Anastasia a mi alcance.
Me dice que tiene un problema. Insiste en que quiere hablar con Kate sobre lo que acaba de ocurrir entre nosotros.
Sigue desafiándome. Debe aprender a someterse. Debe hacerlo.
No me gusta la idea. Anastasia hablará con Kate y luego ella le explicará todo a mi hermano. Lo último que quiero es tener a Elliot tocándome los cojones todo el día.
Anastasia es mia. Solo mía. Lo que haga y deje de hacer es asunto mío. De nadie más.
No voy a compartirla con nadie. Ni con Kate, ni con Elliot ni con el subnormal del fotógrafo. Sí, el fotografo. Estoy convencido de que Anastasia tarde o temprano intentará llamarle.
Su vida me pertenece. Ella me pertenece. Debe asimilarlo.
Accedo a que hable con Kate sólo bajo la condición de que no le explique nada a Elliot.
Me aseguro de que hablen únicamente de lo que ha pasado hasta ahora y no de lo que vaya o pudiera llegar a pasar. Lo último que necesito es que Anastasia le explique a Kate o a Elliot que es lo que tengo preparado para ella. Puedo imaginar cómo reaccionaría Kate si se llegase a enterar que tengo la intención de convertir a Anastasia en mi sumisa.
Me inclino hacia ella y la beso en los labios antes de que las puertas del ascensor vuelvan a abrirse. Le miro a los ojos. Eres mía. Fin de la conversación.
La cojo de la mano y caminamos hacia el parking.
Anastasia nunca ha visto el R8. No es el Charlie Tango. No es el Charlie Tango, no obstante, y aún así, tiene todo el encanto que se puede esperar de un coche alemán de más de un cuarto de millón de dólares. Es un descapotable R8 Spyder.
- “Bonito coche”, dice Anastasia al ver el R8.
¿Bonito? Es una jodida obra de arte. Anastasia y sus trivialidades.
- “Lo sé”, le replico.
Abro la capota, me pongo las gafas de sol y pongo la música. Arranco y salimos.
Bruce. The Boss. Viejo amigo. Que oportuno.
En cada semáforo nos miran. Me miran a mí. Miran a Anastasia. Miran el coche. Mientras tanto Bruce grita al ritmo de la música que está que arde. Que oportuno.
Parece que le incomoda. No parece agradarle que la gente nos mire.
Anastasia se sonroja cada vez que suena el estribillo. Me río por dentro.
Hey little girl is your daddy home
Did he go away and leave you all alone
I got a bad desire
Im on fire
Tell me now baby is he good to you
Can he do to you the things that I do
I can take you higher
Im on fire
Sometimes it’s like someone took a knife baby
Edgy and dull and cut a six-inch valley
Through the middle of my soul
At night I wake up with the sheets soaking wet
And a freight train running through the
Middle of my head
Only you can cool my desire
Im on fire
Tengo hambre. Deslizo la mano sobre su muslo y le aprieto la rodilla. Conozco un sitio fantástico cerca de Olympia, el Cuisine Sauvage. Es un restaurante pintoresco donde sirven carne de animales de caza. Tienen piezas tanto de caza mayor y menor, pelo y pluma. Lo que hayan cazado durante el día.
Detengo el coche y entramos al restaurante. Una camarera de pelo rubio se acerca a la mesa para atendernos.
- “Dos vasos de Pinot Griogio”, ordeno.
- “A mi madre le has gustado” le digo
Veo como le brillan los ojos. No sé porqué las mujeres tienen esa necesidad instintiva de intentar agradar a la madre de su pareja. De intentar conseguir su aprobación. En ese sentido por lo que veo Anastasia no es diferente a las demás. Parece que aún no se ha dado cuenta de que no somos una pareja al uso.
Le confieso que ella es la primera mujer que le presento a mi madre. El brillo de sus ojos se intensifica. Disfruta sabiéndose única. Para mi también ha sido un fin de semana de novedades. Se lo hago saber y ella parece sorprenderse.
Anastasia disfruta oyendo esas cosas como cualquier otra mujer solo que en su caso este discurso tiene más sentido que nunca. Anastasia no es que sea única para mí, como suele decirse. Es objetivamente, y a ojos de cualquier hombre, diferente a todas las demás mujeres, y merece saberlo.
- “Nunca había dormido con nadie, nunca había tenido relaciones sexuales en mi cama, nunca había llevado a una chica en el Charlie Tango y nunca le había presentado una mujera a mi madre. ¿Qué estas haciendo conmigo?”.
La miro fijamente a los ojos. Intento averiguar qué es exactamente lo que me fascina de ella. Qué es lo que me atrae de ella. Qué es lo que hace que me sienta obligado a pulular a su alrededor como a una polilla atraída por la luz.
Vuelve a morderse el labio.
Joder. Joder. Joder. Me la acabo de follar y volvería a hacerlo aquí y ahora mismo. Sobre la mesa.
- “¿Qué es un polvo vainilla? – Me pregunta con ingenuidad.
Me río. Creo que cada vez estoy más cerca de conseguir aislar ese rasgo en concreto que hace que pierda la cabeza por ella. Creo que es ese algo mágico a medio camino entre la ingenuidad, la insolencia, la curiosidad y su capacidad para sorprenderme con cada pregunta que hace.
Anastasia…
- “Sexo convencional, Anastasia, sin juguetes ni accesorios. Ya sabes.. bueno, la verdad es que no lo sabes, pero eso es lo que significa.”
La camarera trae el primer plato. Sopa de ortigas.
Anastasia sonrie. El sol brilla y una suave brisa templa el aire. Hoy es un día precioso. Me siento cómodo.
- ¿Por qué nunca has echado polvos vainilla? ¿Siempre has hecho.. bueno… lo que hagas?
Anastasia siente curiosidad por la razón por la que quiero convertirla en mi sumisa. Creo que ha llegado el momento de explicarle algo más. Creo que es justo.
Le explico mi historia. Le comento como me inicié a los 15 años. Que ella era amiga de mi madre. Que sus gustos eran especiales y que durante 6 años fui sumiso. Obviando eufemismos, su esclavo sexual.
Noto el peso su mirada. Puedo sentir como está juzgándome. No sabe nada de mí. Nada. Y aún así se cree en derecho de hacerse una idea de quién soy yo. Supongo que me lo merezco. Por explicárselo. ¿Que se suponía que debía pasar?¿Qué es exactamente lo que esperaba? ¿Qué se limitaría a escucharme y que tras escucharme seguiría comiendo como si nada?
Hay pocas cosas que me enfurezcan más que me juzguen de la forma en la que Anastasia me esta juzgando en este momento. Señorita Steele, si juega con fuego se acabara quemando.
Por eso nunca le había contado esto a nadie.
Anastasia, me estoy intentando abrir porque creo que lo mereces. No hagas que me arrepienta de ello.
Suspiro. Respiro hondo y me controlo. Vuelvo a centrar la conversación en nuestros roles antes de que esto se me vaya de las manos. Estoy tranquilo, pero un poco molesto, no me gusta que nadie saque conclusiones más allá de los hechos, sobre todo cuando hablo de mí y de mi vida privada.
- “¿Estarás dando órdenes todo el rato?” pregunta.
- “Sí”,
- “Ya veo.”
- “Es más, querrás que lo haga.”, le digo mirando fíjamente a los ojos.
Lo harás. Desearás que te de órdenes, y aún no sabes hasta qué punto.
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