Tengo frío, mucho frío. Meto las manos en los bolsillos de los pantalones y me acurruco contra la pared. Siento que la cabeza va a estallarme. Estoy temblando y empapado en sudor. Es un sudor frío. Tiemblo. Mis dientes chascarrean.
De repente oigo un ruido que viene de afuera. Hay alguien en la entrada intentando abrir la puerta. Me pregunto si es el Hombre Malo. Me pregunto si ha vuelto a buscar a mamá.
Trato de abrir los ojos. Mamá está donde el Hombre Malo la dejó. No se ha movido en todo este tiempo. Ni siquiera un poco.
Quiero avisarle de que el Hombre Malo ha vuelto. Trato de gritar y decirle que debemos escondernos. Se me cierra la garganta. Me quedo sin aire como me ocurre cada vez que intento articular alguna palabra.
Mamá una vez me dijo que debía acostumbrarme no obstante nunca me dijo porque me ocurría. ¿Porque yo no podía hablar y los demás sí podían? Una vez mamá me dijo que cuando era bebé hablaba. Mamá me lo dijo. Yo no lo recuerdo.
Las persianas de toda la casa están bajadas. Creo que es de día pero apenas entra luz a las habitaciones. De repente la puerta se abre. La luz del sol me da en la cara. Me deslumbra. Cierro los ojos.
Tras unos segundos consigo abrirlos. Hay varios hombres y una mujer en la entrada. Los veo a través del cristal del marco de la puerta. Suspiro aliviado. No es el hombre malo.
Uno de ellos empuja la puerta. El hombre malo olvidó cerrar con llave. Uno tras otros van entrando al interior de la casa. No huelen como suele oler el Hombre malo. No huelen a humo. No huelen a palos de luz.
Son tres. Estoy delante de ellos pero no me ven. Cuando sus ojos se hacen a la oscuridad de la casa uno de ellos, la mujer, ve a mamá.
-“¡Dios mío!” – grita asustada al verla.
Cierro los ojos. No quiero ver qué pasa ni saber porqué grita. No huelen como él. Pero visten como él.
Oigo como entrar aún más personas en casa. Para cuando me doy cuenta, la habitación está llena de gente.
Hace tiempo que se han dado cuenta de que estoy en la habitación. Me ignoran. Nunca había visto tanta gente junta.
Todos están alrededor de mamá. La miran, pero ninguno hace ni dice nada. Uno de los hombres se gira y comienza a caminar hacia mí. Intento levantarme pero las piernas no me responden. No puedo moverme. Busco a mí alrededor. Trato de encontrar a Car. No está. ¡Car no está!
Intento no llorar. No quiero llorar. No puedo llorar.
Uno de ellos coge a Car.
¡Olvide coger a Car!
El estómago me da un vuelco. Quiero gritar. Quiero que lo suelte. Quiero que me lo devuelva. Car es mío. Quiero a Car.
– “Shhh, tranquilo. Todo está bien. “ – Tiene la voz demasiado dulce para ser un hombre. Es una mujer, pero va vestida como un hombre.
- “¿Cómo te llamas?” – me dice mirándome a los ojos.
Veo como un hombre levanta a mamá de la cama y la saca de su habitación. Mamá no se mueve. No hace ni dice nada. La cabeza y los brazos le cuelgan mientras la sacan en brazos de casa.
Sin que me haya dado cuenta uno de los hombres se me ha acercado por detrás. De un manotazo me coge el brazo derecho y lo agarra con fuerza. El mismo brazo. El mismo del que había tirado el Hombre Malo para arrastrarme a la sala. La articulación del hombro cruje como el muslo de un pollo guisado al retorcerlo. Siento que me voy a desmallar. Gruño. No tengo fuerzas para resistirme. Sin mucho esfuerzo el hombre me tira al suelo y me inmoviliza. Siento dolor. ¿Siento rabia. Quienes son todos esos hombres y que hacen en mi casa?
De repente siento un pinchazo.
Siento como mis ojos comienzan a cerrarse. Quiero saber donde esta Car. Estará asustado. Lo sé. Probablemente esté llorando.
Me despierto. Ya no tiemblo. Ya no tengo frío. No estoy en el suelo. Estoy en una cama. Una cama blanca.
No es como las camas de mi casa. Es una cama diferente. Rígida. Tampoco reconozco las paredes. Cuatro cuadros adornan la habitación. Es una habitación cuadrada. Hay un cuadro en cada pared. ¿Quién los habrá pintado?
Junto a la cama hay una pecera con peces. Peces de color naranja que parecen sonreírme mientras nadan nerviosos de un lado para otro.
Hay una caja al lado de mi cabeza. Una caja metálica. Hace un ruido electrónico que se repite en el tiempo a intervalos iguales de tiempo. Es un sonido parecido al ruido que hace el teléfono del Hombre Malo.
– ¡Carrick ven aquí! El niño está despierto!
El grito me sobresalta. Creo que se refieren a mí.
-“Hola Cielo” – ¿Ahora soy cielo?
Me giro y miro hacia el otro lado de la cama.
Un hombre y una mujer están sentados frente a mí y me miran fijamente.
La mujer se levanta y se acerca a la cama. Levanta la mano e intenta tocarme.
No me toques. No quiero que me toque.
No lo hace.
Pasa la mano por encima de mi cabeza y agarra algo de una repisa. ¡Es Car! En su lugar me da a Car.
Lo he extrañado. Sus ojos no están rojos y sus mejillas están secas. No ha llorado. Creo que hasta se alegra de volver a verme.
– “¿Christian?” – Creía que solo mamá me llamaba así. ¿Donde está mama? Me incomoda que me llame así
“Mi nombre es Grace” – sonríe.
Tiene un gesto extraño en su cara. Es como si estuviese triste y contenta al mismo tiempo. ¿Le doy lástima? ¿Por qué le doy lástima?
Estirado en la cama vuelvo a girarme. Me quedo mirando los peces.
– “¿Sabes donde estas?” – ¿Por qué insiste en hablarme?. No la conozco. No quiero hablar. No quiero hablar con ella ni con nadie.
Mama me dijo que no hablara con el Hombre Malo. Aunque nunca hablara con ella siempre me hablaba como si fuese capaz de hablar. A Mamá no le hubiera gustado que hablara con Grace. ¿Grace tiene más nombres?
- “Estas en un hospital. Estas muy enfermo, pero soy doctor y voy a hacer que te pongas bien”- El gesto de su cara cambia. Ya no sonríe. Ya no está contenta. Ahora está solo triste.
El hombre sigue sentado. Grace lo mira. No sé porque están ambos aquí. No sé porque estoy yo aquí. No estoy enfermo. Una vez recuerdo que estuve resfriado. Tenía mocos y tos. Se cuando estoy enfermo, y ahora no lo estoy.
Otra mujer entra en la habitación. Quiero que sea mamá. No es ella.
Es otra mujer con cara triste y contenta a la vez. Una cara como la de Grace.
- “Hola cielo” – dice al entrar. ¡Ella también sabe ese nombre!
- “ Debo hacerte más tests antes de que volvamos a dormirte”. ¿Cómo va a hacer que me duerma si no estoy cansado?
Hay una cosa en mi brazo. Algo que va de mi mano a la caja. Algo que se hunde en mi piel. Quiero quitármelo. Quiero que me lo quiten. Intento decirles que lo hagan. Gruño otra vez.
Sin embargo la mujer y el hombre se limitan a mirarme con cara sonriente y triste a la vez. Todos ellos. Ninguno me ayuda. Quiero ver a mamá.
Siento que los párpados me pesan. Estoy cansado.
Intento pensar pero no puedo. Estoy aturdido. Me siento mareado.
Todo se vuelve negro.
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