No sé por qué lo he hecho, pero sé que ha sido lo correcto.

En el camino a casa doy vueltas. No tengo en claro qué quiero, solo que no deseo llegar.

Por un momento, pienso en no volver. Podría fugarme.

Luego, sonrío, ironizando sobre mí mismo.

¿A dónde llegaría?

Pero más allá de todas las comodidades que tiene mi vida, hay algo mucho más fuerte.

En ese mismo momento me doy cuenta de lo mucho que estimo a mi familia. En especial a Grace y a Mia.

No podría hacer nada que las lastimara.

Es verdad que he hecho algo malo, algo por lo que probablemente Grace se enfadará y se preocupará mucho, pero sé que, en algún instante, podrá perdonarme.

Grace es una mujer excelente que desea el bien para sus hijos. Quiere que estudiemos, que nos comportemos bien con nuestros compañeros, que tengamos un futuro y vivamos en el seno de una familia feliz.

Pero al mismo tiempo, Grace conoce mis problemas. Sabe mi historia y puede comprender mis miedos y mis angustias. Ha estado a mi lado cuando yo no podía hablar. Y siempre me ha comprendido.

Grace intenta ver lo luminoso de cada persona. Y, por eso mismo, es probable que intuya las sombras que habitan en mi, que se van formando lentamente dentro de mi propio ser.

Soy un monstruo y nunca nadie podrá quererme tal como soy.

Es decir, tal vez, si puedan quererme, pero seguro nunca podrán comprenderme.

Temo por lo que vaya a pasar. Me preocupa no tanto por mí, que estoy preparado para lo peor, sino por el sufrimiento que puedo causarle a aquellos que quiero.

A Mia la amo muchísimo. Ella es la única que, con su ingenuidad y candidez habitual, siempre me ha acompañado sin juzgarme.

Mia es incapaz de pensar mal sobre mí. Siempre me ha respetado y me ha dado el espacio de hermano mayor, sin siquiera reparar en mis “rasgos especiales”.

Ella nunca ha hecho diferencia entre la normalidad Elliot y mi forma particular de ser.

Al contrario, más de una vez, la he escuchado burlarse de la efusividad de Elliot cuando habla de algún partido de beisbol o si comenta algo de sus amigos.

“Son todos unos engreídos que se creen lo mejor del mundo”, me ha dicho una vez, burlándose de ellos en secreto.

Por supuesto, esto no quiere decir que no ame a Elliot, sino que ella puede ver algo más allá de las simples apariencias. O, por lo menos, no se deja guiar solo por ellas.

Mia es dulce y comprensiva y sé que desea lo mejor para todos. Su inocencia la vuelve especial.

Es de las pocas personas que conozco que puede ser inocente pero buena observadora e inteligente a la vez.

Por eso, no quisiera que nunca se sintiera defraudada por mí.

Todo se mezcla dentro de mi cabeza y no sé qué haré.

Las calles parecen extrañas, como si no fueran parte de mi recorrido habitual. Todo mi entorno me marea.

Veo que ya se está haciendo demasiado tarde.

¿Durante cuánto tiempo he caminado sin rumbo?

Ya casi no hay gente por las calles.

Sí, es tarde.

Cuando abro la puerta está todos reunidos y desesperados por mi ausencia.

Grace corre hacia mí:

“Christian, cariño, ¿dónde estabas?”, grita entre llantos, con angustia y alivio al mismo tiempo al verme.

“Christian, estábamos muy preocupados, de verdad, muy preocupados. No vuelvas a hacerlo nunca más”, dice Mia, que también llora y me abraza con alegría y tristeza.

Elliot es el único que me mira más relajado. Parece que estuviera pensando: “claro que yo sabía que estabas bien, era evidente que volverías solo un rato más tarde”. Paradójicamente algo de ese pensamiento me tranquiliza. Siento que, a pesar de todo, es el único que entre todos ellos que puede comprenderme mínimamente.

Carrick es el más serio. Imposible saber qué piensa. Sé que seguramente no se trate de nada bueno. No veo ni preocupación, ni alegría de verme, ni nada. No es que le resulte indiferente. Creo que solo trata de disimular todo aquello que le esté pasando.

“Estábamos por llamar a la policía, Christian, ¿te das cuenta del momento que nos ha hecho pasar?, dice Grace cuando comienza a calmarse.

Me encojo de hombros.

Tengo ganas de decirle que no era para tanto, pero entiendo que decir eso ahora es una provocación.

Me conformo con mirarla y tratar de que comprenda mis sentimientos como lo ha hecho siempre.

Lo máximo que puedo hacer es dejar que me hayan abrazado por algunos segundos sin soltarme espantado.

Lo he logrado con esfuerzo, pero lo he logrado.

Todo es demasiado extraño para mí.

“Tenemos mucho para hablar”, dice Grace mirándome a los ojos.

“Tal vez, hoy ya no haya nada más para hablar. Estamos todos cansados y deberíamos ir a dormir. Mañana con calma todo será mejor”, asegura Carrick.

En sus palabras hay una advertencia escondida.

No quiere que hablemos ahora solo porque sabe que Grace ha estado muy preocupada y probablemente no vaya a ser lo dura que él quiere que sea.

Puedo intuirlo.

Carrick está enfadado y se le ha agotado la paciencia. Esa es la misma realidad.

Y si quiere esperar a mañana es porque sabe que mañana habrá menos sentimientos y más dureza en las palabras y las decisiones.

Me resisto a preguntar qué saben y qué no saben de lo sucedido.

Lo más seguro es que sepan casi todo.

O, por lo menos, lo más importante: que otra vez le he pegado a uno de la escuela.

Quizás no sepan que ha sido por lo de Amanda. Pero no importa, no creo que eso modifique demasiado nada de lo que vaya a suceder.

¿Ya me habrán expulsado?

No, no lo pregunto. Acato lo que me dicen.

Voy a mi habitación.

Hasta mis cosas me resultan extrañas.

De a poco voy comprendiendo que no es el entorno lo que ha cambiado, sino mi percepción. Todo se está transformando dentro de mí.

Esa mirada de niño que tenía de a poco va mutando en algo distinto.

Cambio algunas cosas de lugar.

Hay un muñeco en un estante de la biblioteca.

Lo miro, luego, lo tomo con mi mano y lo aprieto como a un papel. Lo tiro al cesto de la basura.

Las cosas son diferentes hoy.

Me acuesto. La cabeza me da vueltas.

¿Me volverán a mandar a un colegio especial?

¿Me llevarán a nuevos médicos?

En algún momento me quedo dormido.

Vuelvo a soñar con esa mujer que ha sido mi madre. Estoy bajo la mesa. Llega él y le pega y ella le suplica que no lo haga. Yo miro y estoy asustado. Él se acerca a mí ahora.

Me despierto sobresaltado. En la oscuridad de la noche todavía puedo ver sus rostros.

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