Estamos en el salón. No miro a Elliot a la cara. Él tampoco lo hace. Cada uno está por su lado.

Luego llega Mia. Está feliz. Nos muestra el vestido que se ha comprado hoy a la tarde junto a Grace.

Nos pregunta cómo le queda. Todos le decimos que está muy bella. Y, verdaderamente, lo está.

Mia es un fuente de alegría inagotable. Con ella es imposible que existan conflictos. Solo se pone triste cuando siente que no la quieren. Y lo mejor de todo es que cualquier enfado se le pasa en un instante.

Entonces llega Carrick y pregunta cómo estamos. Un vez más, disimulamos la tensión que hay en el ambiente y respondemos que muy bien.

Carrick propone que nos demos la mano con Elliot en señal de reconciliación. Elliot responde que no tiene problema en hacerlo.

Me siento muy nervioso. Todos saben que no soporto el contacto con nadie. ¿Por qué Carrick propuso eso? ¿Se ha puesto en mi contra?

Se acerca Grace e interviene.

“No es necesario que lo hagas, Christian, si no quieres”, dice delante de ellos.

“No volveré a pelearme con Elliot, pero no deseo darle la mano”, les digo a todos.

Siento que por primera vez he sido sincero con ellos en mucho tiempo.

“De acuerdo, cariño” dice Grace.

Luego todos se dispersan por la casa.

Desde donde estoy puedo escuchar la conversación entre Carrick y Grace.

Carrick le dice que no puede consentirme en todo, que mi actitud de hoy ha sido violenta y que debería tener que demostrar mi arrepentimiento sobre lo sucedido.

Grace dice que está de acuerdo, pero que no deben forzarme a nada, porque todo lo que sea por la fuerza será contraproducente.

Carrick no lo ve desde el mismo modo. Insiste en que mi comportamiento ha sido muy malo y que no ve en mí signos de arrepentimiento. En cambio, cree que Elliot si se ha arrepentido. Él ha hablado con Elliot y sabe que él no ha sido el que ha iniciado todo. De hecho, le cuenta que un momento antes de que Elliot viniera, él mismo se había acercado a mí y yo lo había ignorado.

“Sabes que cuando toca el piano no le gusta que lo molesten” le responde Grace.

“No puede girar toda la casa alrededor de él”, exclama Carrick, que parece enfadado.

Grace le dice que todo se ha solucionado por ahora, pero Carrick no está de acuerdo.

“Yo sé que los niños a esta edad son conflictivos, yo también me he peleado cuando tenía su edad. Pero es nuestra función no permitir que eso suceda, si dejamos que haga lo que quiera estaremos criando un déspota”, le dice Carrick.

La palabra déspota resuena en mi cabeza. ¿Soy un monstruo? A veces creo que sí. Me asusta esa idea. A veces, siento que mis sentimientos cada vez son más rígidos y mi corazón se vuelve más impenetrable.

Grace se molesta cuando Carrick dice eso. No le gusta que hable sobre mí con esos términos. Ellos sabían a qué se enfrentaban cuando me trajeron y tienen que ser consecuentes con lo que han hecho, le dice. Incluso aunque los resultados parezcan adversos, por momentos.

Me gusta la convicción con la que habla Grace. Me gusta escucharla hablar. Pero, por primera vez, sé que ella no se está dando cuenta de quién soy yo en realidad.

Entonces, llega Elliot y me mira.

“¿Qué haces? ¿Escuchas los que ellos hablan?”, me dice desafiante.

“Lo que yo haga a ti no te importa”, le respondo.

“¿Por qué no confías en nosotros?”, me dice entre enfadado y preocupado.

“No quiero hablar más del tema por hoy”, intento calmar las cosas.

En especial intento calmarme a mí mismo. ¿En qué momento se ha quebrado la paz que habíamos logrado establecer?

Sí, tengo una respuesta para eso. En el maldito momento en que le dije que sí a esa estúpida chica que me ha invitado al baile. Eso ha provocado una maldita revolución en la casa. Juro que nunca más les contaré nada relacionado con mi vida amorosa. Y no dejaré que ellos tampoco hablen sobre eso.

En lo que queda del día nadie más habla sobre el asunto.

Estoy en mi habitación antes de dormirme. No logro relajarme. Mis ojos están más abiertos que nunca.

Pienso en cómo podré salir de la situación mañana. No quiero ir al baile, no quiero dar explicaciones.

Primero pienso en fingir que estoy enfermo, pero no me parece un buen plan. Si no tengo síntomas muy evidentes, todos van a darse cuenta que se trata de una mentira. Y me volverán loco a preguntas.

Luego, pienso en la posibilidad de perderme por el camino. Llegar tarde, que la chica me espere hasta que se canse y se vaya. Pero es verdad que Elliot y Mia estarán en el baile y si no me ven, se lo contarán a todos.

Me desespera no encontrar una maldita alternativa para solucionar esto.

¿Podría confiar en ella? ¿Podría contarle lo que me sucede? No, esa opción es imposible. Se burlaría de mí hasta el cansancio.

Quisiera salirme de todo este mundo lo antes posible. Nunca más tener que darles explicaciones ni a mi familia ni a los estúpidos chicos del colegio. Deseo construir una realidad donde sea yo quien imponga las normas y que los demás se subordinen eso. Donde yo tenga el control de todas las malditas situaciones.

Sé que para mañana no voy a lograrlo. Pero confío en que algún día pueda conseguirlo. Tengo que trabajar mucho en eso. Y lo haré.

Pensando en todo esto me quedo dormido.

Me despierto a la mañana siguiente empapado en sudor. Grace se acerca y me dice que estoy muy extraño.

Estoy volando de fiebre. Mi cuerpo me ha salvado.

Me dan unos medicamentos para que baje la temperatura.

“Así puedes ir al baile”, me dice Grace.

“Oh, pobre Christian, con lo ilusionado que estaría en salir con esa chica”, escucho que exclama Mia muy preocupada.

De repente me vuelve a invadir la sensación de que nadie realmente me conoce, de que nadie sabe quién soy. Ellas dos que me aman y saben tanto sobre mí, no pueden ni siquiera percibir todo lo que está pasando por mi interior en este instante.

“Christian, creo que esta fiebre puede ser una reacción a lo que ha sucedido ayer. Quédate un rato más en la cama y puede que te pase. Estoy convencida de que podrás ir al baile.”

Le hago caso a Grace y no salgo de la cama. Solo que mi deseo es opuesto al suyo.

Al rato vuelve Mia.

“¿Cómo te sientes?”, me pregunta con su cariño habitual.

“No mucho mejor”, le respondo.

“Oh, Christian, quiero que te mejores y puedas venir al baile”, me dice con algo de tristeza.

La realidad es que me siento mucho mejor y que si lo deseara podría levantarme ahora mismo. El deseo de Mia me hace dudar un momento.

Tengo que encontrar la manera de solucionar esta situación sin que tenga consecuencias. Tal vez lo mejor sea ir al baile y enfrentarme con todo. Lo vuelvo a pensar. Sí, tal vez, sea lo mejor.

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